jueves, 18 de abril de 2013

El otro lado de la cerradura




La mujer mordió el fruto del árbol de la ciencia
diez minutos antes que el hombre;
y siempre mantendrá esos diez minutos de ventaja.
Alfonso Karr

La historia y la fantasía siempre han encontrado un punto acusador hacia las mujeres para señalarlas como el origen del mal, del pecado, del caos y la inseguridad de la humanidad, ya sea al invitar un fruto como Eva o Pandora abriendo una caja. En fin, la educación predominante del machismo ha ido esculpiendo una imagen que no es mas que una excusa universal para culpar a un ser superior que en el momento menos pensado podría desnudar nuestras faltas de afecto y ausencias de valor. Las mujeres son las únicas indicadas para iniciar una vida o terminarla, para abrir la puerta o cerrarla, y en esa dirección es donde ellas pueden dictar las sentencias, siempre y cuando el valor de expresar es más fuerte que el capricho mediático de la cerradura que es el sistema. Elsa tiene esa llave y esa misma inquietud, no para regar el mal, sino para mostrarlo, del mismo modo que Pandora lo hizo, porque de lo contrario la absurda monotonía no hubiera podido descubrir esa pequeña ave llamada esperanza. Ni Eva, ni Pandora, ni mucho menos escritoras como Elsa, cometieron un pecado, solo alzaron su voz de protesta, que es la misma voz de los desvalidos, de los marginados, los mismos que pueden ser de distintos géneros pero en la misma corriente. Sus historias son denuncias, juegos, ilusiones, cosas para comprenderlas al instante o quedarse anclado en una metáfora íntima, pero a final de cuentas es su obra lo que tiene la importancia de mostrar otra cerradura que ha sido derrotada por una mujer que escribe no para ser una mujer escritora, sino para encender su humanidad en cada minuto que lleva de ventaja.

Ayacucho, Un lugar llamado Puquio, noviembre 2008

Alex Sifuentes

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