La mujer mordió el fruto del árbol de la ciencia
diez minutos antes que el hombre;
y siempre mantendrá esos diez minutos de ventaja.
Alfonso Karr
La historia y la fantasía siempre han encontrado un punto
acusador hacia las mujeres para señalarlas como el origen del mal, del pecado,
del caos y la inseguridad de la humanidad, ya sea al invitar un fruto como Eva
o Pandora abriendo una caja. En fin, la educación predominante del machismo ha
ido esculpiendo una imagen que no es mas que una excusa universal para culpar a
un ser superior que en el momento menos pensado podría desnudar nuestras faltas
de afecto y ausencias de valor. Las mujeres son las únicas indicadas para
iniciar una vida o terminarla, para abrir la puerta o cerrarla, y en esa
dirección es donde ellas pueden dictar las sentencias, siempre y cuando el
valor de expresar es más fuerte que el capricho mediático de la cerradura que
es el sistema. Elsa tiene esa llave y esa misma inquietud, no para regar el
mal, sino para mostrarlo, del mismo modo que Pandora lo hizo, porque de lo
contrario la absurda monotonía no hubiera podido descubrir esa pequeña ave
llamada esperanza. Ni Eva, ni Pandora, ni mucho menos escritoras como Elsa,
cometieron un pecado, solo alzaron su voz de protesta, que es la misma voz de
los desvalidos, de los marginados, los mismos que pueden ser de distintos
géneros pero en la misma corriente. Sus historias son denuncias, juegos,
ilusiones, cosas para comprenderlas al instante o quedarse anclado en una
metáfora íntima, pero a final de cuentas es su obra lo que tiene la importancia
de mostrar otra cerradura que ha sido derrotada por una mujer que escribe no
para ser una mujer escritora, sino para encender su humanidad en cada minuto
que lleva de ventaja.
Ayacucho, Un lugar llamado Puquio, noviembre 2008
Alex Sifuentes
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